“Teníamos tanto en común...”*

“Teníamos tanto en común;
yo sólo la amaba,
y ella acabó
amándose sólo a sí misma”*

Nada comenzó como empiezan estas cosas. Un día tras mucho tiempo, tras años de espera, uno de los dos dio el paso,  y ese uno fui yo. Me arrepentí en su momento, por tardar tanto en darlo. Porque ese paso me hizo dar varios, uno tras otro, y todos esos pasos me hicieron caminar por una pradera increíble. Luminosa, verde y primaveral. Desgraciadamente, la vida no es un cuento de hadas, y a dicha pradera llego el otoño y el invierno. Hubo piedras. Piedras afiladas, las cuales me encargué de sortear, y aunque hicieran heridas en mis pies, seguí caminado, a su lado, evitando que ella tropezara. Conseguí que se quisiera, que se amara a sí misma como yo la amaba. Algo difícil. Pero finalmente, lo logré. Tal fue el nivel de amarse a sí misma, que acabo prescindiendo de mí.