¿Te la follaste?

-¿Pero por qué estas así? ¿Es que la querías?

-Puede…

-¿Puede? ¿Estabas enamorándote de ella?

-Sí.

-¡Buff! Que mal. ¿Y te la follaste?

-¡No!

-Tranquilo, jopé… ¿y entonces por qué estuviste con ella?

-Porque cuando la vi sonreír por primera vez, me enamoré. Y cuando vi como caían lágrimas de sus ojos, que ella no dejaba ver, lo supe, supe que nunca jamás permitiría que volviera a llorar. Me propuse hacer de su sonrisa una bandera y conquistar con ella cada día, desechando las lágrimas al olvido. No estaba con ella para follar. Quería abrazarla cuando hacía frío y paseábamos por las calles de la ciudad, hacerle de estufa y darle calor bajo las mantas en el salón. Ahogarla en un mar de besos y mimos. Sorprenderla con una llamada furtiva para decirle “Te quiero”, un mensaje de “Buongiorno Principessa” para alegrarle todas las mañanas. Regalarle un beso en la frente cuando menos se lo esperará. Hacerle cosquillas con mi barba recién recortada en el ombligo, al besárselo. Cazar uno de sus besos dulces por sorprenderla una tarde de invierno con un chocolate con churros frente a su puerta. Tener con ella pequeños detalles sin más razón que porque me nacían. Regalarle flores y que ella me regale sonrisas. Cocinarle para llenarle la barriguita. Verla dormir, hermosa y tiernamente y desertarme a su lado, bañado en su aroma. Besar sus lunas, volverme adicto  y perder la cabeza por ellos.  Leer su cuerpo con mis yemas, con la sutileza de los dedos de un ciego. Quería enamorarla, que me amara como yo a ella. Reírme de sus burlas y bromas, de sus gestos de niña pequeña, dulces y tiernos como sus besos. Aplacar sus contestaciones bordes y enfados con un beso clandestino y un abrazo furtivo. No me la follé, porque ella no era como el resto, porque quería hacerle el amor. Porque yo la amaba, y creía que ella a mí también. Querer, sé que me quería, pero a su manera de niña pequeña…