El balanceo del columpio

 

               Siempre me he preguntado cómo algo tan primitivo y tan….simple, era tan placentero. Aun ahora, ya a mí casi medio siglo cumplido, frecuento cuando mi alma o mi ánimo, se encuentra apesadumbrado esos lugares donde antaño encontraba el objeto de una felicidad, de una alegría indescriptible. El simple viento rozando mi rostro, ya fuera frío o cálido, el sol brillando en lo alto, en un cielo desnudo, o en algunos casos vestido tímidamente con alguna que otra prenda de algodón  lograban disipar de mi las tormentas de la infelicidad, del dolor, de las preocupaciones. Todo acompañado por el leve y lo reconozco, muchas veces frenético balanceo de mi cuerpo en suspensión a escasos metros del suelo. Aún recuerdo la osadía de soltar las manos, únicas salvaguardas de mi protección o incluso ponerme en pie, y sentirme invencible, dichoso, libre. Más libre que un gorrión volando por el resplandeciente cielo celeste de una tarde de primavera. Curiosa era la felicidad que sentía al sentarme sobre aquel trozo de caucho, viejo y carcomido por el paso del tiempo, que de manera simple era suspendido del suelo por dos cadenas de metal a ambos lados. Aquel maravilloso columpio, que a día de hoy sigue causando el mismo efecto en mi alma cansada que causaba cuando era tan solo un colegial, con su balanceo monótono, el balanceo del columpio…