Playa. Anochecer. Luna Llena

Caminaban descalzos,  el uno junto al otro, agarrados de la mano. Notando la fría y húmeda arena bajo la planta de sus pies. La noche había caído rápidamente sobre ellos. Una noche fresca de primavera, en la cual una leve brisa los despeinaba a ratos. La marea ya había subido, y caminaban evitándola.

-¿Qué te parece allí, Cie?-Preguntó Edward, señalando con la vista una porción de la playa, refugiada del viento por las escaleras de piedra que descendían del paseo a la arena.

-¡Genial!-Exclamó Victoria dándole un beso y echando a correr hacia el lugar, levantando arena a cada paso que daba, mientras Edward echaba a correr tras ella con la mochila de deporte a la espalda.

               Edward placó a Victoria y moviéndose ágilmente se colocó bajo ella, para que cayera sobre él. Aquellos momentos mágicos, en los que el tiempo se congelaba, eran los momentos perfectos para solo mirarse y decirse todo con un beso, y así hicieron.

               Extendieron una toalla amplia que Edward sacó de la mochila y se sentaron sobre ella, para luego cubrirse con una manta gruesa. La playa estaba totalmente desierta. El único sonido que se escuchaba era el vaivén de las olas al besar la arena y separarse de esta, acompañado por el silbido de la leve brisa que soplaba discontinua.

-¡Mira!-Victoria llamó la atención de Edward, que se había colocado tras ella y la abrazaba bajo la gruesa manta que les daba calor, para señalarle la luna. Una luna grande, redonda, y pálida, que brillaba en la oscuridad del cielo nocturno, acompañada por su pequeño sequito de estrellas.-Es preciosa.

-No tanto como tú.

-Cursi.-Bromeó Victoria dándole un beso y echándole la lengua.

-Realista. Tu sonrisa brilla más, Cie.

-¡Hey! No es justo que me digas eso.

-¿Por?-Preguntó Edward riéndose mientras la abrazaba y le hacía cosquillas, por las cuales Victoria se agitaba.

-Porque…jo…me pongo roja. No quiero.

-Mi tomatito, jajaja, te quiero.

-Y yo… ¡Tonto!-Esta fue la sentencia de Victoria, la cual se refugió en los brazos de Edward, y contemplo el cielo, donde Edward seguía con la mano de ella las estrellas y dibujaba en el cielo el puzle de unirlas, diciéndole el nombre de todas aquellas que él sabía…