“Dulce escalofrío… Hermosa taquicardia… Sonrisa imbécil…”

Supongo que comenzó, como comienzan estas cosas. Lentamente y sin avisar. Como un virus. ¿Tú has tenido la gripe, verdad? Pues igual. ¿Recuerdas cómo empezó? A eso me refiero. Pudo ser una tos inoportuna, un leve moqueo y búsqueda de un pañuelo huidizo, un par de grados que notaste al tocarte la frente o simplemente un malestar. Pero con seguridad no sabes cómo comenzó. Pues bien, esto fue igual. Igual que una gripe.

               Al principio ni se notaba. Tal vez porque la atención no estaba puesta donde se requería, donde era preciso para percatarse de lo que estaba sucediendo. La imaginación volaba libre; el corazón latía al galope como un pura sangre salvaje, con los ojos de un ciego; los glóbulos rojos hacían carreras de fórmula uno por las venas y arterias; los pensamientos se transformaban en sueños futuros con ansias de ser presentes y pretéritos sustituidos por otros nuevos; las palabras fluían como el agua al abrir las puertas de un embalse henchido hasta su límite, rápida y alocadamente; las sonrisas eran el pan de cada día, tímidas, vivas, risueñas, apasionadas.

               Y así es como un buen día, haciendo balance se dieron cuenta de lo que había pasado. Hicieron lista de los síntomas, para saber la enfermedad que tenían:

-Dulces escalofríos

-Hermosas taquicardias

-Sonrisas imbéciles

-Y una lista larga de etcéteras  

               No había duda, la enfermedad era clara; Amor