Él; reflejo en el espejo de un bar...

Él se vio obligado a entregarlo todo por amarla. Todo por amor. Por el miedo de perderla. El miedo de ella era entregarse. El de él que ella no se entregara. Y por eso él lo entregó todo. Entrego todo por su parte y por la de ella. Lo daba todo por ver su sonrisa radiante como de anuncio de Colgate. Los ver sus dos enormes ojos brillantes. Lo daba todo por ver caer los temores de ella, como quienes esperaban ansiosos la caída del muro en Berlín.  Lo daba todo y más por hacerle ver que era merecedor de su amor. Pero ella poseía un miedo gigante, un miedo contra el que él luchaba sin ayuda por parte de ella. Un miedo que la acompañaba todos los días. Y antes que él, hubo muchos; otros nombres que pasaron por el alma de ella y la dejaron como una aldea saqueada. Muchas lágrimas que a su tiempo lloró, pero en las que él la acompañó, prestándole su hombro, su oido y su propio corazón como pañuelo. Ella decidió tomar un camino sufrido, pisando las promesas y rompiendolas; rotas, que como cristales se clavaron en sus diminutos piececitos.

 

Y no hubo solución, ella tomó la salida que consideró adecuada, pero siempre se le dio mejor elegir la peor opción. Él se quedó, siguiendo las recetas de las promesas de amor, que juntos se hicieron. Ella volvió a sonreír, no tardó mucho, aunque ya no como antes. Aunque se mintió de que era mejor. Todo era mejor así, se repitió. Pero algún día, tal vez, se pare y piense, recapacite y vea, que no todos los hombres extienden cheques al porvenir sin fondos, y que el de él, fue un cheque con fondos en una cuenta repleta de infinitas sonrisas, besos, caricias, abrazos y sobretodo, amor verdadero.

              

Hace unos días, lo pude ver a él, sentado en la barra de un pub, lugares que nunca solía frecuentar y que ahora se volvieron su primer hogar. Intercambiamos unas pocas palabras vagas, pero a mis preguntas no respondió si no con una mueca triste y melancólica. La mueca de mi reflejo en el espejo.