Amor furtivo

María se revolvió en las sabanas, desperezándose lentamente. Un nuevo día había comenzado hace ya unas horas, o eso anunciaba el sol, penetrando por la ventana, la cual tenía la persiana semi cerrada. Busco a tientas por la mesilla de noche su smarthphone; las once y cuarto, marcaba la pantalla de desbloqueo. En cuanto se conectó al wifi de su casa comenzó a recibir una batería de Whatsapp que hicieron volver loco a su teléfono, haciéndole repetir la melodía que tenía seleccionada para cada vez que recibía un mensaje, en un ciclo infinito.  Una vez que dejó de recibir todos aquellos mensajes, el número total era “315”. Inició la aplicación, incorporándose levemente en la cama, pero no encontró ningún mensaje de quien buscaba. Él no le había enviado ninguno. Bueno, tampoco tenía por qué, total, solo eran amigos; se dijo a sí misma.

               Dejó el teléfono de lado, sobre la cama, y pensó en él. Se sentía muy rara. Tenía la necesidad de verlo y hablarle, como siempre. Era muy raro. Cuando estaba con él, no precisaba de planes, ni de nada, se conformaba con dar una vuelta, hablar de sus gustos, o solamente sentarte y decir tonterías. Le gustaba, se acusó, cubriéndose con las mantas hasta el cuello. Y mucho. Pero…no era capaz de hacer nada. Le daba pánico intentar algo. María no sabía que paso dar. Cómo hacer. Estaba enamorándose de él desde hacía ya unos meses, pero no le había dicho nada, y él; no se había dado cuenta de ello.

               Su pálida piel se ruborizó cuando un pensamiento cruzó por su cabeza. Un pensamiento que tiempo atrás ya había tenido. Un beso. Esa era la clave; sé dijo.  La próxima vez que quedara con él, solos, le plantaría un beso. Se armaría de valor y lo besaría. Y que pasará lo que tuviera que pasar. Si, sería lo mejor, se convenció. Mejor saber que pasaría al hacerlo que vivir con e “Y si…?”; argumentó en alto cogiendo el teléfono para enviarle un mensaje de buenos días y decirle de quedar.

Lo suyo era un amor furtivo