Bajo el suéter

Dániel abrió los ojos taciturnamente. Las mantas revueltas lo tapaban parcialmente. Se estiro como si fuera una estrella de mar y comprobó la ausencia de un cuerpo en aquella cama de matrimonio.  A pesar de lo plomizo que sentía su cuerpo, se incorporó lentamente e intento ponerse en pie, tarea en la cual le costó mantener el equilibrio; su cuerpo aun permanecía dormido. Se colocó, únicamente sobre sus boxes, sus vaqueros azul oscuro que descansaban en el suelo de la habitación y salió de ella.

               Un aroma a café recién echó le atacó por el pasillo junto con el sonido algo molesto de un exprimidor de zumo. Se detuvo un momento frente al espejo y miró su reflejo. La barba de tres días le empezaba a dar un toque atractivo; pensó. Su pelo corto estaba perfectamente despeinado como todos los días y sus ojos marrones parecían ya estar acostumbrados a la luz del día.

               Llegó a la cocina y se apoyó en el marco de la puerta. Allí estaba aquel cuerpo que había extrañado a su lado al despertarse. Vestido exclusivamente con un short deportivo y un suéter azul marino de punto que le quedaba algo grande. Adornado con una sonrisa encantadora se giró y lo miró.

-Buenos días, amor.

-Que linda estas.-Dániel respondió automáticamente, mirándola de arriba abajo. Descalza, haciendo zumo, con el cabello negro cayéndole más allá de los hombros.

-Que tonto. Ya de mañana.-Respondió Anne sonrojándose y retomando su tarea de apretar las medias naranjas contra el exprimidor.

               Dániel entró en la cocina y se acercó a ella por detrás, para abrazarla. Retirada del fuego una vieja cafetera tipo italiana, humeaba y embargaba de un fuerte olor a café toda la cocina; aquella había sido la causante del aroma que lo embargó por el pasillo. Junto a esta un plato con un par de rebanadas de pain perdu, con una pinta apetitosas, cubiertas con miel.

               El cuello de Anne fue abordado por los labios de Dániel, lo cual le hizo tener un escalofrío impidiéndole continuar hacer zumo. Dániel la giró para estar cara a cara y la besó dulcemente. Un beso que Anne recibió encantada y en el cual se dejó llevar. Dániel la cogió en los brazos y la subió a la encimera sin separar sus labios de los de ella. Con su pequeño tamaño al estar sobre la encimera habían quedado casi a la misma altura. Anne se separó y levantó su suéter, invitando a Dániel a introducirse bajo el. Una propuesta que no tuvo que mantener más de dos segundos, pues la cabeza de Dániel entró bajó aquel suéter azul marino tan cálido, y sus labios recorrieron el cuerpo de Anne. Desde el ombligo al pecho desnudo. Aquel suéter era grande y Anne aprovechó para ocultarse también bajo el. Sus ojos se encontraron con los de Dániel, a la altura de su pecho. Una mirada bastó para dar rienda suelta a la pasión y fundirse en un dulce y sentido beso de desayuno bajo el suéter…