“Los lunares causan adicción”

Dan se incorporó en la cama. A su izquierda yacía Abigail con los ojos cerrados mirando al techo, casi descubierta por las mantas debido a sus piruetas nocturnas en sueños, su cuerpo desnudo era iluminado por los pocos rayos de sol, que apenas podían entrar por las pequeñas brechas que habían quedado en la persiana. Había negociado con ella dejar la persiana media abierta, ya que a él le gustaba despertarse con los rayos del amanecer, ella por el contrario, en su ímpetu de marmota dormilona, prefería no saber del sol y seguir durmiendo.

               Dan se giró y se froto los ojos, para desperezarse y contemplarla. Su torso y vientre desnudo con su particular color capuccino le seducía. Pero nada le seducía más que aquello que ante sus ojos permanecía inmóvil, aquel capricho y clave de su locura. Dan contempló prendado el lunar que caprichoso que subía y bajaba con la respiración e Abigail ante sus ojos. Aquel lunar en el alterar de su pecho. Aunque su verdadera pasión el lunar que realmente le atrapaba, que le volvía loco y lo enamoraba, era otro. Uno situado más abajo, que sus ojos buscaron, bajando por el cuerpo desnudo de Abigail, mirándolos con los ojos de un turista, impresionado por cada curva, cada poro, cada porción de piel, hasta llegar al monumento clave, a la obra maestra. Allí estaba, inmóvil; seductor. Orbitando en torno al ombligo de Abigail, el lunar más provocativo y bello. Sus ojos lo contemplaron con la mirada de un devoto ante un milagro. Pues eso era para él, un milagro que caprichosamente tenía Abigail, un capricho del azar que le volvía loco, que lo seducía. Su tentación.

               Dan se inclinó sobre Abigail, y cayó en la tentación. Sus labios se acercaron lenta y sutilmente al lunar, para saborear en su superficie aquel mangar selecto. Aquel botón de su pasión.

               Y es que los lunares; causan adicción…