20 de Diciembre

 

               Sophie despertó y se incorporó en la cama. Su cabello marrón estaba totalmente revuelto, como si fuera la melena de un león; esa era una de las pegas de su pelo rizo, siempre lo pensaba. Odiaba tener aquel cabello rizo, porque no podía ser liso, como el de las demás chicas. Aunque la verdad, es que por odiar, odiaba todo su cuerpo. Cada parte. Cada centímetro. Sus ojos; tan vulgares, tan marrones, tan normales.  Su piel; ni muy morena ni muy pálida. Sus pies, diminutos y curvos.  Sus labios; ni muy gruesos ni mu finos. Y sobre todo su sonrisa; imperfecta y grotesca.

               La autoestima no era uno de sus fuertes. Mientras ella se la bajaba, yo siempre intentaba levantársela, pues era sin duda, preciosa. Linda en todos sus aspectos. Bella desde todos los puntos de vista posible.

               Me incorporé, en la cama, a su lado y le di un beso en su hombro desnudo.

-Buongiorno Amore, ¿qué tal estas?

-Bien, ca. ¿Tú?

-Yo bien Amor, pero a ti algo te pasa. Lo sé.

-¿Ca, por qué no soy perfecta?

-Amore, no naciste para ser perfecta, si no para ser imperfectamente perfecta. Porque lo eres. A  mí me gustas. Me gustan tus ojos enormes. Del color de las hojas del otoño, que en su interior tienen pequeñas pinceladas de praderas en plena primavera. Tus cabellos a juego que brillan con luz propia y me hacen perderme como un niño curioso en cada rizo castaño. Tus pies, diminutos y ligeramente curvos, hacia el interior, de patito. Tu piel del color del capuccino en la cual me perdería, en cada poro. Porque tu cuerpo, Amore, es una perfección absoluta. Me gustaría leerlo en braille con las luces apagadas. Con la única luz de tu sonrisa...